El Extraño Caso del Doctor Frink.
Paciente: Horace Westlake Frink.
Terapeutas: Sigmund Freud, Abraham Brill, Thaddeus Ames, Adolf Meyer, un Rancho de Nuevo México.
Terapeutas: Sigmund Freud, Abraham Brill, Thaddeus Ames, Adolf Meyer, un Rancho de Nuevo México.
Aflicción: Algunos
autores suponen depresión maníaca.
Terapia empleada: Psicoanálisis, Psicoanálisis didáctico, Asesoría económico-matrimonial.
Terapia empleada: Psicoanálisis, Psicoanálisis didáctico, Asesoría económico-matrimonial.
Resultado: depresión,
ataques psicóticos e intentos de suicidio.
“Si Sigmund
Freud fue muchas veces acusado injustamente de todo tipo de torpezas
imaginarias, y sobre todo de haber disfrazado de éxitos los fracasos
terapéuticos, o de haber "explotado" a pacientes, es preciso
reconocer que con Horace Frink se comportó de una manera verdaderamente
desastrosa.”
(Roudinesco-Plon, Diccionario de Psicoanálisis, 2005.)
“Soy el peor que ha existido. Si mi cerebro fuera dinamita, no alcanzaría
siquiera a volarme el sombrero”
(Carta de Horace Frink a
su prometida, Doris Best, 1909).
[Resumen
del caso: El
paciente, analista, sumiso, inicia un análisis de tipo didáctico. Freud descubre que su homosexualidad reprimida sólo puede
curarse si abandona a su esposa y se casa con su amante, la adinerada Angélika
Bijur, que también era paciente de ambos. A pesar de las dudas de la pareja,
Freud insiste, y recomienda además que Angélika comparta su fortuna con su
nuevo marido, y que éste a su vez haga lo mismo con “la causa del
Psicoanálisis”. Freud también presionará al paciente para que sea el “jefe” del
movimiento psicoanalítico americano. El resultado es un agravamiento de la
depresión del paciente, su fracaso general –como líder, como analista, como
esposo- la internación psiquiátrica y algunos intentos de suicidio.]
A medias
asentado en Europa, Freud buscaba propagar su teoría en Estados Unidos, país
que despreciaba profundamente. Ya existían allí algunas asociaciones y habían
quedado atrás sus giras triunfales con Jung -cuando Jung era todavía
recomendable. Abraham Arden Brill, el primer analista de nuestro paciente,
dominaría el panorama psicoanalítico oficial luego de la muerte de James
Putnam, aunque no contaba del todo con
el beneplácito de Freud…
Brill fue el
primer traductor al inglés de Freud y, en compañía de Oberndorf y Frink, había fundado en 1911 la Sociedad Psicoanalítica
de Nueva York (de ahora en más referida como SPNY), a la que seguiría la –opuesta- fundación inmediata de
la Asociación Americana de Psicoanálisis, por parte de Ernest Jones, en Toronto.
Luego, Brill, Oberndorf y Frink se dedicarían a predicar la buena nueva del
Psicoanálisis, ya sea introduciéndolo clandestinamente en sus clases, o creando
una sección de Psicoanálisis en la Asociación de Psiquiatría de América.
Oberndorf,
en su “Historia del Psicoanálisis en América” confiesa no saber por qué Freud
no confiaba en Brill. Aparentemente
Brill era opuesto en un principio al análisis por parte de legos, pero también
existían otras importantes querellas mobiliarias; según refiere Oberndorf:
“…cuando
señalé que Brill, entre otros analistas americanos, no usaba el diván, Freud replicó molesto: ‘en este importante asunto, también, se ha
desviado’”.
También se
menciona que Brill era judío, austríaco, y hablaba un inglés quebrado con un
indeleble acento polaco.
Aunque es
posible que hubiera otras razones; Freud era increíblemente veloz para sacar
conclusiones a partir de rasgos mínimos. Bastaba, por ejemplo, “enderezarse la raya del pantalón antes de acostarse para
la primera sesión“ para que Freud “supiera” que tenía
en frente a alguien que “revela haber sido antaño un coprófilo de extremo
refinamiento” (Freud, Nuevos
consejos sobre la técnica del Psicoanálisis I, Sobre la iniciación del
tratamiento, 1913).
El hecho es que Freud prefería a Frink como su apóstol
allende los mares, ya sea por su sentido del humor, su abyecta sumisión, o sus
perspectivas económicas.
Horace Westlake Frink había nacido en
1883, en Nueva York. Luego del abandono de sus padres por motivos laborales,
fue criado por su tío.
En 1901 era
alumno de Adolf Meyer en el Colegio de Medicina de Cornell; se gradúa en 1905 y comienza sus prácticas
como cirujano en Bellevue, entre 1906 y 1907. En este año una herida infectada
en el índice termina destruyéndole el tendón e incapacitándolo para operar (Sylas
Warner pretende, en cambio, que su carrera en la cirugía terminaría luego de
negarse a intervenir a un paciente de 13
años, que moriría en la mesa de operaciones en manos de otro cirujano). Luego de esto sufriría un episodio de
depresión, mientras comenzaba a interesarse por la psiquiatría y el Psicoanálisis
y era cuidado por su amiga Doris Best, con quién se casaría en 1910.
En 1911
comienza su análisis con Abraham Arden Brill, y luego lo continúa, en compañía
de su esposa, con Thaddeus Ames.
Esto no
impide que Frink ya sea psicoanalista, y tenga entre sus pacientes a su futura
esposa, la rica heredera de banqueros Angélika Wertheim Bijur, derivada por
Brill y, durante un breve lapso, a su esposo, el comerciante de tabaco Abraham
Bijur -que en manos de Roudinesco se convierte
inexplicablemente en “un ilustre jurista”- que luego sería también paciente de Thaddeus
Ames.
Esta es la clase de terapia que según parece era
común en esos años: según las propias palabras de Angélika:
“La corte que me ha hecho el doctor F. [Frink] me ha liberado de la prisión en la que
estaba yo sola encerrada... A medida que me descubría, él parecía encontrarse a
sí mismo y me deseaba”.
Los
episodios depresivos de Frink se suceden en 1915 y 1918, cuando sufre lo que él
llama “jaquecas tóxicas”. El historiador Borch-Jacobsen sugiere que fantaseaba
con abandonar a su familia o suicidarse.
Aunque nada
de esto le impide seguir ejerciendo su profesión, ser elegido presidente de la
SPNY (1913), y terminar su libro, “Morbids fears and compulsión”, de 1918, que
alcanzaría cierta notoriedad. (El año de su publicación hace que no sea sorprendente el
hallazgo de palabras como “negro” (sic) y “chinaman”).
Ya en el
prólogo, su Autor declaraba “no tener
gran simpatía por las innovaciones teóricas y técnicas introducidas
recientemente en el psicoanálisis por las escuelas de Jung y Adler”, y que
su libro pretendía presentar “las
doctrinas freudianas puras”,
para cuya tarea había “seguido los
escritos de Freud detenidamente, no dudando a veces incluso en tomar prestadas
sus palabras”.
En uno de
los dos casos que analiza en su obra, le explica a una joven que su miedo a
socializar es en realidad miedo al sexo; que su desprecio por un hombre en particular
es en realidad atracción; y que una amiga haya
abusado sexualmente de ella se debe a un impulso “perfectamente normal (…)
y que lo único criticable en su caso
era que había sido mal orientado”.
Mucho más
interesante es el otro caso. Una mujer
que creía haber sido hechizada por un adivino ( “un gordo, sucio e ignorante judío austríaco que habitaba en una casa
grasienta”) le pregunta si puede o
no casarse, pues teme morir o enloquecer y/o que su futuro marido muriera o
enfermara. Frink se detiene explicando que se debe ser cauteloso en estos
casos, pues el temor irracional en realidad puede ocultar la insatisfacción del
paciente con la idea de casarse. Y señala que “sería un serio error aconsejar al paciente que siga adelante con sus
planes de boda a despecho de sus temores…”
La paciente es
tratada con fármacos, hipnosis, baños y Psicoanálisis. Luego todo es
previsible: odia a su madre y desea sexualmente a su padre, quien, según
refiere, abusaba de ella desde los 12 años, hasta que una protesta airada
terminó con esa costumbre. Más adelante Frink nos explicaría que la obsesión de
su paciente tenía como fin llamar la atención del padre, para obtener “una
suerte de compensación por la pérdida de esa otra forma, más física, de
gratificación [eufemismo por abuso sexual]”.
Tras un largo rodeo pleno de interpretaciones, tuberculosis,
bodas, y non sequitur se descubre (de nuevo) que la paciente está
enamorada de su padre.
El éxito del
libro no impidió que Frink volviera a deprimirse. En 1920 se retira a un Rancho
en Nuevo México –el equivalente americano a las “clínicas de reposo” y las
“aguas termales” europeas.
Con una fama
creciente, analizado dos veces, casado con Doris Best (con quién tenía dos
hijos), amante de una paciente, Angélika Bijur, casada a su vez y con dos hijos
adoptados, Frink decide completar sus estudios haciéndose analizar por Freud.
Freud accede
en una carta del 10 de agosto de ese año:
“…Mis
honorarios son los mismos para médicos que para pacientes ordinarios, $10
dólares la hora [unos 127 dólares actuales], pagados no en coronas austríacas sino en su
dinero.”
Y, de paso, viola un poco la ética profesional
hablándole de otro paciente y colega:
“Espero
lograr algo con el Doctor Adolf Stern. Lo que
mayormente está mal con él es su actitud pasiva o femenina hacia los hombres”.
El 21 de enero de 1921 Freud advierte a Brill, mediante una carta escrita
en alemán:
“Espero al Dr. Frink aquí en Viena el primero de marzo.
No se sorprenda si oye que quiero pedirle a él que se haga cargo de la función a
la que, por supuesto, Usted tendría derecho prioritario.”
Ya en Viena
ese año, un exuberante Frink escribe:
“Era muy feliz y mucho más voluble y alegre de lo
que nunca había sido...”
Freud también está encantado, y comenta a Brill que
Frink “muestra signos excepcionales de
profunda comprensión y ha aprendido tanto de su propia neurosis [que tiene]
las mejores esperanzas para su porvenir
como terapeuta”. Freud lo consideraba “el más brillante y prometedor de los
jóvenes americanos”.
El análisis
didáctico de Frink duró de marzo a julio de 1921; Freud no se había
molestado en averiguar sobre la historia de depresiones de su paciente.
Durante las sesiones, Frink comenta sobre su amante
millonaria, y la posibilidad de divorciarse. Roudinesco refiere que es Angélika quien “consulta” a Freud, cuando todas
las otras fuentes dejan en claro que Freud mismo fue quien la instó a visitarlo
y convertirse en su paciente.
En palabras de Angélika:
“En julio, después de cinco meses de análisis, me
uno al doctor F.[Frink] en Viena,
atendiendo a sus cartas suplicantes
en las que me decía que tenía necesidad de mí para terminar su análisis con
éxito. A mi llegada, lo encontré en un estado que sé ahora que es el de la
depresión. Freud le había aconsejado que me hiciera venir ya que, según él, se
curaría incluso antes de que llegara. Cuando conocí a Freud, me aconsejó que me
divorciara en nombre de mi propia existencia que no estaba terminada...
y porque si dejaba al doctor F. ahora,
no conseguiría nunca volver a la normalidad y desarrollaría probablemente una homosexualidad extremadamente reprimida”.
Es decir que Freud
exige la visita y análisis de Angélika Bijur -amante de otro de sus
pacientes- y decide, sin conocerlos, sin conocer a sus familias, que lo mejor para todos es que abandonen a sus
cónyuges y se casen. Ambos aceptan con solemnidad el oráculo de la calle
Bergasse pero, sin embargo, Frink,
carcomido por la culpa, cae en una nueva depresión y cree que la sucesión de
divorcios y casamientos será un error.
Ante las crecientes dudas, la pareja recibe una
carta del 12 de septiembre de 1921, en la que Freud vaticina y consuela:
“Esto es lo que he respondido a un largo mensaje de
desesperanza de la Señora B. [Angélika]: ‘Esto
no es un error, sea amable y paciente’. Espero que no fuera sibilino. Ella deseaba saber si yo estaba seguro de
su amor por ella o si debía reconocer que me había equivocado. Verá, no he
cambiado de punto de vista y pienso que la historia de ustedes es perfectamente
coherente... (…) En cuanto a su esposa
(Doris) no dudo de sus buenas intenciones, pero sus cartas son desatadas e
irracionales. Estoy persuadido de que una vez hay pasado la tormenta,
volverá a ser como antes. La Señora B.
tiene un corazón de oro. Dígale
que no debe experimentar error hacia el trabajo analítico porque eso sería un
factor de complicaciones sentimentales. Lo único que hace es poner al día las
dificultades pero no las crea... No creo que sea útil que prosiga usted su
análisis... Su trabajo está terminado... ”
Horace Frink paseando con su amo. |
Frink confiesa que su actitud era “la de
un niño frente a la inmensa sabiduría de un padre (…) En la época, yo tenía el sentimiento de que Freud encarnaba la más alta
autoridad. Tenía una confianza total en él y me sentía feliz... ”.
Reenvió la carta con un añadido:
“Angie
querida, te mando una copia del correo de Freud que, espero, te aliviará tanto como me ha aliviado a mí. Quiero conservar el
original, podría un día interesar a nuestros hijos. Soy tan, tan feliz”.
Ese mismo año, Frink vuelve a decaer. Llora
constantemente y parece cada vez menos interesado por Angélika… Por fortuna,
Freud se lo explica todo en una carta de noviembre de 1921:
“He exigido a Angie [Angélika Bijur] que
no repita a extraños el consejo que le he dado: casarse con usted porque usted corría el riesgo de sufrir una
descompensación nerviosa. […] ¿Puedo
sugerirle que su idea de que ella ha perdido una parte de su belleza podría
transformarse en la idea de la adquisición de una parte de su fortuna? Usted
se queja de no comprender su homosexualidad, lo cual implica que no es
consciente de su fantasía de hacer de mí un hombre rico. Si todo resulta bien,
convirtamos ese obsequio imaginario en una contribución real al fondo
psicoanalítico.”
Mientras
Sylas Warner se pregunta si no era en realidad Freud el que tenía la fantasía
de convertirse en un hombre rico gracias a Angélika Bijur, la chica del corazón de oro, Roudinesco, en cambio, aclara así esta
bella carta y la descarada institución de la “donación terapéutica”:
“Como todos
sus discípulos, Freud contribuía a la financiación del movimiento
psicoanalítico. Y en este aspecto no es
de sorprender que haya sido capaz de plantear la idea de que Frink también
podía participar en ese financiamiento mediante una donación, a fin de sanar de
sus fantasías.”
(Roudinesco,
Freud, En su tiempo y en el nuestro, 2014).
Frink pide el divorcio a su mujer, y también que
abandonara la ciudad con rumbo a Nevada, para evitar el escándalo; Doris Best
calla y acata. De ahora en más vivirá en hoteles y pensiones, con sus dos niños
a cuestas.
Abraham Bijur resulta menos complaciente. Escribe
una carta de denuncia que pretende publicar
en la prensa de Nueva York, y que reproducimos:
“Dr. Freud.
Recientemente, dos de sus pacientes, un hombre y una mujer, me han informado de
que fueron a verle con el fin de que
usted diera claramente su acuerdo o su rechazo a su matrimonio. Por el
momento, ese hombre está casado con otra mujer, padre de dos hijos y ligado a
la ética de una profesión que exige no sacar ningún privilegio de la
confidencialidad debida a sus pacientes y a su descendencia inmediata. La
mujer con la que quiere casarse ahora es una de sus antiguas pacientes.
Él
sostiene que usted autoriza ese divorcio y ese nuevo matrimonio, aunque usted
nunca haya visto a su esposa legítima ni analizado sus sentimientos,
sus intereses, incluidos sus deseos reales. La mujer con la que quiere casarse
es la mía... ¿Cómo puede usted ponerse en mi lugar? ¿Cómo puede usted prescribir un
diagnóstico tal que va a arruinar la felicidad y la vida de familia de un
hombre y una mujer, sin conocer al menos a las víctimas, sin al menos verificar
que éstas merecen tal castigo, sin preguntarles si no existiría una solución
mejor?...
... ¿Será usted un charlatán, muy querido Doktor? Respóndame por favor,
esta mujer es la mujer a la que amo... ”
Thaddeus Ames, entonces
Presidente de la SPNY, escribe a Freud
el 10 de septiembre de 1921, sobre las amenazas de Abraham Bijur, incluida su
carta:
“Si esto se hace público, los
miembros de la Sociedad de Nueva York probablemente se opondrán a Frink si
piensan que su notoriedad significará menos
pacientes y dinero para ellos.”
Y de paso, mete su cuchara:
“Mi plan es pedirle a Frink una carta de renuncia a la
sociedad, y yo la recibiré como Presidente (…) y no lo registraré en las actas o lo presentaré a la sociedad a menos que
sea necesario.”
El 9 de octubre Freud responde a Ames con decidida ambivalencia:
“Como Usted también es un analista, puede confiar en que no haya pensado en la posibilidad de que yo
haya obrado como consejero de Frink y la Señora Bijur. Ese es uno de los
rasgos distintivos de los junguianos que nosotros evitamos. Yo simplemente tuve que leer la mente de mi paciente y hallar que él amaba a la Señora
Bijur, la deseaba ardientemente y le faltaba el coraje para confesárselo a
sí mismo.”
“Tuve que explicarle cuáles eran sus dificultades y
no negué que consideraba como un derecho de todo ser humano buscar la
satisfacción sexual y el amor si veía un medio de conseguirlo. (…) tuve que tomar el partido de sus
pensamientos inconscientes y de ese modo
abogar por su deseo de divorcio y nupcias con la Señora Bijur. La hallé a
ella también dubitativa. Ella dudaba de si Frink la amaba, y si lo hacía lo
suficiente. Entonces, para mí, fue un caso de honorable, serio amor, contra las
convenciones. Confieso un total
desprecio por la opinión pública y, especialmente, por la opinión pública de
América, donde la vida parece estar incluso más gobernada por la hipocresía y la
moralina que aquí.”
Recuérdese que Freud no conocía a Abraham Bijur, ni
a Doris Best, y apenas había tratado a Frink y a Angélika, pero suponemos que
estos detalles son nimios para alguien que puede
leer las mentes…
Abraham Bijur murió oportunamente de cáncer al año
siguiente, dejando inconclusa su venganza. Freud había encontrado su carta
“tonta” y “estúpida”.
Frink, entretanto, empeora, pero Freud lo felicita
por ello; el 20 de febrero de 1922 escribe:
“Dado que es un juego, en su totalidad; su sadismo
reprimido asciende y toma entonces la forma de humor muy fino, tan cínico como
inofensivo. Personalmente, nunca me ha dado miedo. Juega usted con él mientras
se tortura como a su entorno, y avanza
usted así progresivamente por el camino que le conducirá a la “buena solución”.
En este declive de saludable depresión creciente,
Frink empieza a tener ideas suicidas y decide peregrinar nuevamente a Viena en
busca de consejo. El segundo período de análisis duró de
abril a julio de 1922.
Frink se
imaginaba entonces metido en una tumba; tiene episodios psicóticos,
despersonalización, y “percepciones
homosexuales” (?). Se queja de una sensación nebulosa y durante las
sesiones da vueltas en círculo frenéticamente. Halla
a su prometida semejante a “un
homosexual, a un hombre, como un cerdo”. A su colega y paciente Abram Kardiner le explicaría que “no tenía
conciencia de mi cuerpo, sólo de mis labios”.
Debe ser
cuidado por un médico que lo vigila en el hotel.
Pero Freud insiste con el casamiento como si ya hubiese
alquilado el traje, incluso de formas sutiles: en ocasión del Congreso
Internacional de Psiquiatría de Berlín, Freud obsequia a Angélika Bijur una
foto suya, con una dedicatoria a:
“Angie Frink, en recuerdo de su viejo amigo, Sigmund Freud, septiembre
de 1922”.
Todo sea por el amor: en 1922, luego de que Angélika
Bijur gastara 2000 dólares en joyería, Freud comentó a la mujer de Otto Rank:
“Si una mujer tiene tanto dinero, gasta tanto en una
joya, cuánto cree Usted que daría por la Editorial [Se refería a la
Editorial Psicoanalítica Internacional, fundada por Freud y entonces en
decadencia]”.
(Lieberman,
Vida de Otto Rank, 1985 -citado en Sullloway, Reassessing
Freud's Case Histories, 1991).
Angélika escribrá más adelante a Adolf Meyer:
“El 23 de diciembre, Freud ha declarado brutalmente que su psicoanálisis estaba terminado,
que el doctor F. [Frink] le utilizaba en
la actualidad para mantener su neurosis, que tenía que casarse, tener
hijos y conseguiría pronto vivir feliz en las condiciones que el mismo habría
conseguido”.
Angélika y Frink se casan en París el 27 de diciembre
de 1922; más adelante, el atormentado cónyuge diría que se sentía “extraño e irreal” durante la boda.
Mientras están de luna de miel en Egipto, en enero de 1923, Frink es elegido
nuevo Presidente de la SPNY.
En uno de los tantos casos de traicionar el anonimato, la
neutralidad y la confidencialidad de sus
pacientes Freud le dice a Oberndorf, recostado en su diván, que Frink y Angélika
Bijur se habían casado en América.
Según Oberndorf, “basado en su conocimiento personal de
sus orígenes, aspiraciones sociales, y ambiciones”, “eso nunca podría
funcionar. Sus metas en la vida son demasiado diferentes” (Ames, terapeuta de
Abraham Bijur era de la misma opinión y se lo hizo saber a Freud).
A lo que Freud replicó, por supuesto:
“Pero no si ella
está sexualmente satisfecha”.
Si bien el análisis no liberó a Frink de su depresión, al
menos, logró considerables progresos en
aumentar su arrogancia y autoritarismo.
Oberndorf cuenta que cuando Frink llega a Nueva York en
1923 se comporta como “si hubiera sido
designado el líder del psicoanálisis en la ciudad –acaso, en América”. Millet asegura que Frink, por orden de Freud, fue
encargado de “purificar de desviaciones
la Sociedad de Nueva York” y convertirse en el “autoproclamado líder del Comité
Educacional”.
Frink y
Oberndorf tendrían este diálogo, referido por Abram Kardiner:
Oberndorf:- ¿Por qué tomas a estos novicios y los pones en
posiciones importantes y yo soy dejado afuera?
Frink: - Lo siento, estoy
siguiendo órdenes. Freud no te quiere dentro.
Una reseña de Frink (1923) sobre el libro de Brill,
“Psicoanálisis, sus teorías y aplicación práctica” dispara nuevas rencillas en
América. He aquí un fragmento que permite conjeturar el tono general:
“La imagen que
presenta del Psicoanálisis es imperfecta, distorsionada, vaga y confusa. La exposición de la teoría es a menudo
desordenada o inadecuada (…) es como un guía turístico que, prometiendo al
visitante que le mostrará la ciudad de Nueva York, lo lleva sólo a Greenwich
Village”.
En febrero
de 1923 a Freud le descubren un tumor en la mandíbula que sería operado en abril
de ese año, aunque eso no mitiga su ambición de manejar el movimiento
psicoanalítico por control remoto. El 25 de abril Freud escribe a Frink:
“Sabes quién es Brill, cuán importante fueron sus méritos
y que estos no desaparecerán por las objeciones que justamente le exponemos, y estoy seguro de que sabes que molestarlo
no es tampoco una buena política ni un modo apropiado de corregirlo o
sustituirlo. “
Al margen de estas disputas, la sufrida Doris
Best muere de neumonía en su escondite de Chatham el 4 de mayo de 1923. A
Frink, que había ido a verla a la clínica, le vedan la entrada a su habitación.
Frink y Angélika quedan a cargo de los niños. El
estado de Frink empeora y llega a golpear a su mujer hasta ponerle un ojo
negro.
Con su
cordura se desvanece también su poder
dentro de la SPNY; en marzo de 1924 se nombra un Presidente interino que lo
remplaza por razones de salud mental.
Curado
varias veces por Freud, Frink es internado en la clínica psiquiátrica Phipps del
Hospital John Hopkins de Baltimore, a cargo de su antiguo profesor, Adolf
Meyer, quien guardaría entre sus papeles
parte de la correspondencia menguante entre Frink y Freud, que luego haría
pública la hija de aquél, Helen Kraft Frink.
El 22 de junio Frink vuelve al rancho de Nuevo Mexico. En
una carta a Meyer comenta:
“Debería odiar la
idea de practicar de nuevo el Psicoanálisis, después de lo que me ha hecho. Pero es la única
manera que tengo de ganarme la vida. Estoy muy enfermo y deprimido…”
Meyer, ante los apremios de Angélika, le impide las
visitas regulares, pero acepta concertar una reunión el 24 junio, en un Hotel de
Baltimore. Frink se encuentra deprimido
y ausente. Según Angélika:
“No me manifiesta ningún afecto (…) Me hablaba de que
había descubierto un error fundamental en la presentación de Freud de no sé qué
problema, y que él se dedicaría a ello para publicar un libro que demostrará
que sus conclusiones –las de Freud- eran erróneas.”
Habiéndole escrito Angélika a Freud, este le
respondió escuetamente:
“Lo siento. Su
fracaso era el dinero”.
Aparentemente,
el fracaso de la pareja se debía a que Angélika -que ya sospechaba de los
intereses de Freud en cuanto a su “terapia nupcial”- no compartía su dinero con Frink, aunque
ella lo había financiado mientras escribía su libro, pagado su análisis y el de
un amigo –Monroe Meyer-, las cuentas de
sus médicos, su divorcio de Doris Best, y será a la larga quien mantendrá a
Frink luego de su segundo divorcio.
Al dorso del telegrama, Angélika escribiría:
“¡Me gustaría tener el valor de publicar esto [el
telegrama] como ejemplo de lo que fue
para mí la ‘terapéutica’ de Freud! “.
El 31 de julio Angélika empieza a tramitar su
divorcio. Meyer acompaña a Frink a las audiencias. Refiere que Angélika rehúsa
dar la mano a su marido. Meyer
confesaba estar asqueado con el caso:
“La actitud de Freud fue de instigación y sugestión,
fuertemente contradictoria con su pretensión habitual de evitar esos factores”.
Nuestro paciente pasa los días deprimido, llorando
ocasionalmente. Un interno de servicio recuerda haberle oído decir que “hubiera
deseado quedar con mi primera mujer. Si estuviera aun con vida, volvería
con ella”.
Intenta
suicidarse con una sobredosis de somníferos (Veronal y Luminal) el 27 de octubre. Luego se cortaría la arteria ulnar
pero, de nuevo, con un éxito muy moderado. Pasa a ser internado en el Hospital
McLean, en Waverly (MA), en noviembre de 1924.
Ya a fines de ese año, su nuevo psicólogo, R.H
Packard, escribe a Meyer que su paciente mejora, y refiere sus opiniones sobre
Freud:
“El
tratamiento y los consejos que le daba eran todos perjudiciales, aplicados en
detrimento de los intereses de su paciente... Su mujer es también tan feroz
como él hacia Freud y en cierto sentido, hacia su marido... ”.
En 1927 Frink vive del dinero logrado con su
divorcio, con sus dos hijos recuperados en una vulgar pensión de Hillsdale.
Nunca volvió a escribir libros. Se casa en 1935 con Ruth Frye.
En 1936, a los 53 años, su enfermedad retorna. Comienza a agitarse y a
recordar intempestivamente a Angélika; advierte a su hija que se estaba
volviendo loco y es internado en el Pine Bluff
Sanitarium.
Una vez
allí, el 18 de abril, finalmente se calma y se cura completamente, de todo: su certificado de
defunción lista entre sus padecimientos
psicosis maniaco-depresiva, arterosclerosis y miocarditis crónica.
Luego de
muerto, se halló sobre su mesita de noche un paquete de viejas cartas de su
primera esposa, Doris Best.
Epílogo I
Es sabido
que Freud compartía acríticamente los prejuicios europeos sobre los
estadounidenses. Llegó a decir alguna vez, sobre el
descubrimiento de América:
“El descubrimiento del tabaco es la única excusa que
conozco para la fechoría de Colón…
un error, un error gigantesco.”
O esta
frase, que se vincula mejor a nuestro tema:
“¿Para qué sirven los americanos, si no nos aportan dinero?”
Según Gay,
“Freud consideró esta calamidad personal como un ejemplo del típico
fracaso americano”. Freud diría:
“Mi intento
de darles un jefe en la persona de
Frink, que tan tristemente ha fracasado, es
la última cosa que haré nunca por ellos”.
Epílogo II
Cuando Abram
Kardiner fue analizado por Freud, Frink surgió en la conversación –había sido
su primer analista y lo aterraba con historias de cómo quería matar a su padre
para tener sexo con su madrastra. Freud le mostró entonces dos fotografías que
Frink le había enviado, como comentario irónico acerca de que el Psicoanálisis
no puede hacer daño a nadie. Escribe Kardiner:
“Sacó
entonces dos fotografías de Frink, una tomada antes del análisis, y la otra
después. En la primera, tenía un aspecto normal, mientras que en la segunda se
lo veía extraviado, demacrado, devastado”.
Epílogo III
Poco antes
de la muerte de Frink, Helen Kraft, su
hija, le preguntaba qué mensaje debía
darle a Freud si alguna vez se encontraba con él. Frink respondió:
“Dile que fue un gran hombre, incluso aunque haya inventado el Psicoanálisis”.
Fuentes principales.
Zitrin, Arthur: “Why
Did Freud Do It? A Puzzling Episode in the History of Psychoanalysis”, en The
Journal of Nervous and Mental Disease,
Vol. 200, Nº 12, 2012.
Roazen, Paul: “Freud y sus
discípulos”, 1971.
Edmunds, Lavinia: “La historia trágica y
verídica de Horace Frink, manipulado por las necesidades de la causa”, recogido
en “El Libro Negro del Psicoanálisis”, 2005.
Borch-Jacobsen, Mikkel: “Les patients de Freud”, 2011.
Oberndorf, Clarence: “A history of psychoanalysis in America”,
1953.
Specter, Michael: "Sigmund Freud and a Family Torn Asunder:
Revelations of an Analysis Gone Awry", Washington Post, 8 de noviembre,
1987.
Warner, Sylas: “Freud's Analysis of Horace Frink,
M.D.: A Previously Unexplained Therapeutic Disaster”, en Journal
of American Academy of Psychoanalysis, Vol. 22, Nº1, 1994.
Otros textos revisados en esta nota:
Millet, John: “Psychoanalysis
in the United States”, recogido en “Psychoanalytic pioneers”, 1966.
Jones, Ernest: “Vita e opere di Sigmund Freud”, 1953-1957.
Tomo I
Tomo II
Tomo III
Versión reducida,
en español:
Tomo I
Tomo II
Tomo III
Roudinesco,
Elisabeth: “Freud, en su tiempo y en el nuestro”, 2014.
Roudinesco –Plon: “Diccionario de Psicoanálisis”, 2005.
Swales, Peter: “Freud, lucro y abuso de poder”, recogido en “El Libro Negro del
Psicoanálisis”, 2005.
Crews, Frederick: “Freud,
the making of an illusion”, 2017.
Gay, Peter: “Freud, a life
for our time”, 1988.
Sulloway, Frank: “Reassessing Freud's Case Histories”, publicado por The History of Science Society, 1991.
Roazen, Paul: “The trauma of
Freud, Controversies in Psychoanalysis”, 2002.
Albano
Lucilla: “Il divano di Freud”, 2014.
Tres artículos en los que se menciona este caso, entre
otras muchas violaciones de la ética profesional por parte de Freud:
Gabbard, Glenn: “Boundary
Violations and the Psychoanalytic Training System”, preparado para la
International Conference on Sexual Misconduct by Psychotherapists, Other Healthcare
Professionals, and Clergy, Boston Psychoanalytic Society and Institute, October
3-4,1998.
Gabbard, Glenn: “The Early
History Of Boundary Violations In Psychoanalysis”, en Journal of the American
Psychoanalytic Association, Vol. 43, Nº 4, 1995.
Lynn, David et al: “Anonymity, Neutrality, and Confidentiality in the Actual Methods of Sigmund
Freud: A Review of 43 Cases, 1907–1939”, en
Y el libro de Frink:
Frink,
Horace: “Morbid fears and compulsions”, 1918.
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