Se ha dicho que el éxito y la persistencia del Psicoanálisis se deben no
tanto a sus innovaciones teóricas y terapéuticas como a su aparato
institucional, que incluye, entre otros insólitos ardides, una tradición de
censura y reescritura selectiva y tendenciosa de la historia, que va desde los
inicios del movimiento psicoanalítico hasta la actualidad.
En buena parte esta tradición fue facilitada por la creación de los Archivos Freud, una colección que alberga documentos relativos a Freud, evitando su dispersión, al tiempo que permite a sus directores –todos ellos, psicoanalistas- controlar el acceso a los mismos.
En buena parte esta tradición fue facilitada por la creación de los Archivos Freud, una colección que alberga documentos relativos a Freud, evitando su dispersión, al tiempo que permite a sus directores –todos ellos, psicoanalistas- controlar el acceso a los mismos.
Ubicada en la Biblioteca del Congreso de Washington, esta colección ha sido
el centro de diferentes controversias, ya que resulta difícil de creer que:
-Documentos depositados en una institución pública tengan restricciones
independientemente o incluso en contra de la voluntad de quienes los hayan
donado.
-Muchos documentos sean inaccesibles sin fecha de desclasificación
definida.
-Los documentos restringidos estén fuera del alcance de los investigadores…
a menos que sean miembros del círculo psicoanalítico, ante lo cual las
restricciones se levantan repentinamente.
Los comienzos.
A principios de 1951 comenzó a gestarse una iniciativa por parte del núcleo duro del círculo psicoanalítico que implicaba la recopilación de documentos relativos a Sigmund Freud, incluyendo artículos psicoanalíticos y personales, correspondencia, fotografías, grabaciones, documentos legales, entre otros.
Anna Freud y Kurt Eissler se encontraban a la cabeza del proyecto.
Una vez surgida la idea, Eissler escribiría al psicoanalista Siegfried
Bernfeld pare pedir asesoramiento.
En su respuesta, Bernfeld habló de dos tipos de operaciones posibles:
A- La primera, que
hiciera de Los Archivos un centro de investigación genuino, permitiendo el
libre acceso a los documentos archivados –a excepción de aquellos que tengan
restricciones estipuladas por el donador.
B- Y la segunda, que se
limitara a recolectar y depositar documentos, que sólo fueran accesibles a
ciertas personas, en ciertas condiciones.
Bernfeld también expresó su favor respecto a la primera opción, además de
ofrecer encargarse de la gestión que este tipo de operación pudiera necesitar.
En la misma carta, se lee:
“Creo que [la segunda opción] debería usarse
como un último recurso y que sería mejor no hacer las cosas fáciles
para los donadores que deseen encerrar y enterrar sus documentos en Washington […].
Probablemente van a tragarse todos estos documentos y mantenerlos sellados por
un tiempo indefinido” (De Bernfeld a Eissler, 19 de Enero de 1951).
Aparentemente Bernfeld no había entendido que lo que él percibía como un
“peligro” era exactamente el objetivo que Anna Freud había concebido para los
Archivos. Esta opinión le valió la antipatía de aquella, que posteriormente
dejó de escribirle.
A este respecto, Anna F. escribe a Eissler lo siguiente:
“Francamente, estaba espantada por las sugerencias
de Bernfeld. Están extremadamente lejos de lo que tenía previsto para
‘los Archivos’, y creo que no hace falta decir que para Usted también… Creo
que es necesario distinguir claramente entre ‘los Archivos’ como un lugar
seguro y ‘archivos’ concebidos como una manera de reunir material para una
biografía.” (De Anna Freud a Eissler, 27 de Enero de 1951).
Además de apoyo, en su respuesta Eissler comunicaba los primeros planes de
lo que en seguida se convertiría en una política común en la organización:
“Estoy seguro de que la mayoría de las cartas serán otorgadas [a
los Archivos] con la condición de que ningún contemporáneo pueda leerlas,
y puede estar segura de que no consentiré la demanda de Berndfeld de
“no hacer las cosas fáciles para los donantes que deseen encerrar y enterrar
sus documentos en Washington”… [Los documentos] permanecerán sellados por el
tiempo que el donador o el consejo de directores estipule. Por lo
general, el consejo de directores estipulará una duración mayor que la que el
donador pretendía, para prevenir cualquier posibilidad de una situación
embarazosa en el futuro.” (De Eissler a Anna Freud, 4 de Febrero de 1951.)
“Colección S.
Freud” vs. “Archivos S. Freud”.
Uno podría
preguntarse cómo es posible que un grupo de psicoanalistas haya sido capaz de
decidir las restricciones que tuviera cualquier documento alojado por un
tercero en una institución pública.
Para dar una idea de lo fácil que resultaba esta tarea, es necesario
remarcar la diferencia entre lo que hoy en día se llama “Colección S.
Freud” (el lugar en donde se depositan los documentos, dentro de la
Biblioteca del Congreso de Washington) y, por otro lado, “Archivos S.
Freud, Inc.” (una organización privada, dirigida por psicoanalistas,
encargada de recolectar documentos).
Estas denominaciones se confunden incluso en la actualidad y la
distinción era incluso más difícil hace unos años… cuando ambos llevaban el
nombre de “Archivos S. Freud”.
De este modo, mientras que muchos donadores pensaban que estaban haciendo
una contribución a una institución pública, en realidad estaban
cediendo la propiedad legal de sus documentos a una organización privada,
que posteriormente se encargaba de archivar los documentos a nombre de
“Archivos S. Freud, Inc.” o a nombre de Eissler, incluyendo las restricciones
que se les antojara.
En palabras del Supervisor de la Colección Freud:
“En ciertos casos, sabemos que el donador
[original] ha impuesto restricciones en el acceso… Como regla general, los
documentos fueron otorgados a Eissler y [siendo el propietario legal] él ha
impuesto las restricciones." (Entrevista con Marvin W. Kranz, Manuscript Historian, Library of Congress,
Washington, DC, 15 June 2000.)
Luego de sus entrevistas con Serguéi Pankejeff, mejor conocido como El
Hombre de los Lobos, Eissler escribe:
“[Pankejeff] Siempre tuvo la idea de que sus
Memorias pudieran ser publicadas y está más bien decepcionado de que este
material será leído por otros por primera vez en 200 años." (Eissler, Notas de su primera entrevista con Sergius Pankejeff en Vienna,
1952. ‘Erstes Treffen mit Dr. P. nach der Vorbesprechung 10 A. M. im Hotel’,
Sigmund Freud Collection, Manuscript Division, Library of Congress, Washington,
DC).
“El Doctor P[ankejeff] quería que las
grabaciones de nuestras conversaciones fueran publicadas mientras él estuviera
vivo. Yo me negué." (Comunicación personal a Mikkel Borch-Jacobsen, 13 de Noviembre de 1996).
Además de los casos de engaño y desinformación, en ocasiones las
restricciones en el acceso han sido impuestas a pesar de los deseos expresos del donador.
La entrevista de Eissler con la nieta de Freud, Sophie Freud, no será
accesible hasta el año 2017, a pesar de que se ha declarado, en varias
ocasiones, a favor de que los Archivos sean abiertos completa e inmediatamente.
Paul Roazen, el primer
investigador en criticar abiertamente las restricciones impuestas por la
organización Archivos Freud, refiere:
“Durante mis propias investigaciones sobre Freud
y su círculo, conocí a numerosos donadores que no sólo desconocían por completo
que sus donaciones se encontraban encerradas, sino que claramente desaprobaban
el secreto que Eissler estaba decidido a mantener alrededor de Freud con el fin
de protegerlo de la curiosidad de historiadores independientes." (Roazen (1990), “Encountering Freud. The Politics and Histories of
Psychoanalysis”, New Brunswick, NJ, Transaction, p.96).
Como si fuera poco, las restricciones se mantienen incluso si es el
propio donador quien solicita el acceso. El mismo Roazen escribe:
“Escribí una carta a los Archivos Freud, que
Helene [Deutsch] también firmó, en la que solicitaba tener acceso a este
material [documentos donados por Deutsch]. [En] la respuesta que recibí [Edward
Kronold] no denegó nuestra petición, sino que simplemente dijo que postergarían
su decisión hasta la próxima reunión del consejo de directores… Esto era
totalmente absurdo, por supuesto, en tanto que lo que estábamos pidiendo era
perfectamente obvio y directo." (Entrevista con Paul Roazen, Toronto, 20 November 1994, citado en
Borch-Jacobsen, Shamdasani, 2012).
Otro caso es el de Diana Riviere, quien denunciaba las restricciones impuestas en
documentos que ella misma había vendido a los Archivos. Según dijo, los había vendido “creyendo
que esos archivos serían accesibles para estudiantes serios e investigadores”.
Se trataba de cartas de Freud a su madre, Joan Riviere, discípula y traductora
de trabajos tempranos de Freud. (Goleman, Daniel, ‘Freud's Mind: New Details Revealed in Documents’, New
York Times, November 12, 1985).
El doble discurso.
Todo lo anterior puede compararse con lo que ahora se declara en la página
de los Archivos Freud:
«Los Archivos Sigmund Freud fue fundado como una
organización sin fines de lucro por las siguientes razones:
Para descubrir, reunir, recolectar y preservar
[documentos]…
Para establecer archivos del material de Sigmund
Freud.
Para involucrarse en la investigación,
escritura, publicación y otras actividades relativas al trabajo de Sigmund Freud; y para
ayudar y cooperar voluntariamente con otras personas o grupos que pudieran
estar involucrados en actividades similares o relacionadas.
Uno podría pensar que con más de 60 años de por medio, la situación pudo
haber cambiado y ahora los Archivos tiene una política más abierta.
Muchos documentos fueron liberados alrededor de los años 80’ y un número
considerable de documentos tienen una fecha de desclasificación entre 2010 y
2020.
Pero un acto más reciente de censura y manipulación de los medios
lo representa el incidente de la exhibición de 1994.
Auspiciada por la Fundación Archivos Freud y por la Biblioteca del Congreso de Washington, esta exhibición internacional no incluía a ningún investigador ajeno al círculo psicoanalítico en su comité de organización.
Cuarenta y dos investigadores independientes enviaron una carta abierta a la Biblioteca del Congreso solicitando la inclusión de algún representante, pero la solicitud no fue considerada.
Tiempo después la Biblioteca del Congreso anunció que la exhibición debía
ser pospuesta, y aunque el motivo alegado fue falta de fondos, los miembros
psicoanalistas asumieron que la carta había sido la responsable del cierre, lo
que dio comienzo a una polémica.
Bajo la divisa de “la libre expresión”, una
contra-petición fue organizada en Francia por Élisabeth Roudinesco y Philippe
Garnier. Se reunieron más de 180 firmas de psicoanalistas, para denunciar el
“chantaje del miedo”, las “manifestaciones puritanas”, la “caza de brujas”, y
la “dictadura de varios intelectuales convertidos en inquisidores”.
Irónicamente, mientras que los defensores de Freud eran el centro de
atención, el comunicado
de prensa en donde los llamados “inquisidores” protestaban en contra
de la manipulación mediática de sus adversarios no tuvo ninguna repercusión.
Luego, una vez reunidos los fondos necesarios, la exhibición se llevó a
cabo tal como se pretendía inicialmente… y sin lugar para la crítica.
Bibliografía:
Borch-Jacobsen, Mikkel y Shamdasani,
Sonu (2012), ‘The Freud files: an inquiry into the history of psychoanalysis’,
New York, Cambridge University Press pp. 26-7, 290-7:
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